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18494

Ese es (18494) el número de días transcurridos desde aquél 2 de octubre, en el que desde Burgos, en el casi recién estrenado 600, partimos mi padre y yo de buena mañana para ir a inagurar el “campo nuevo del Atleti”, hasta este 21 de mayo en el que con uno de mis hijos voy a despedirme del estadio “Vicente Calderón”.

No era la primera vez que veía al Atleti, pero si lo era en la capital, nunca estuve en el Metropolitano. La temporada anterior, curiosamente en el día de mi decimoquinto cumpleaños, había visto por primera vez a los colchoneros en el viejo Arcángel cordobés, donde ganamos 0-1 en la lucha por el título de liga que finalmente conseguiríamos.

Cincuenta años, siete meses, y diecinueve días, han pasado desde que este maravilloso rincón de Madrid pasó a ser el centro sobre el que ha girado una parte importante de mi vida. Desde ese mismo día, estudiante en las cercanías de la capital, y posteriormente en la Complu, asistí con regularidad a todos los partidos que se celebraban en el gigante a orillas del Manzanares. Veinticinco años de socio, accionista desde el infausto día en que unos desaprensivos nos robaron el club, y cuatro o cinco de abonado, hasta que la distancia, el hastío, y la familia me alejaron un poco, muy poco, de mi estadio.

Cuántas pequeñas mentiras, cuántas cábalas, cuántas consultas de horarios de trenes y autobuses, cuántas travesías por la nacional I en noches europeas, cuántas citas canceladas, cuántas broncas familiares y de las otras, cuántas “vuelvo cuándo acabe el partido”, todas ellas en función de compaginar mi vida normal, con la asistencia a los partidos del Atleti en el Calderón.

Ahora nos trasladan a otro estadio, muy lejos, en una esquina de Madrid. Ya no bajaremos por Acacias, ni tomaremos café en Melancólicos, ni cañas en Virgen del Puerto. No cruzaremos el río, no saldremos, con nuevas ilusiones semana tras semana, por las bocas de metro de Pirámides y Marqués de Vadillo. No buscaremos casas de comidas cerca del estadio, ni desde el mismo centro de Madrid bajaremos con nuestras bufandas y banderas chiquiteando y comiendo bravas. Se nos va a hacer difícil, muy difícil, renunciar a todas estas costumbres labradas durante tantos años.

Cuando aquél 2 de octubre aparcamos el coche a cien metros de la puerta del estadio sin nigún problema, mi padre me comentó que iba a echar mucho de menos el Metropolitano, que sería difícil olvidar la gradona. Treinta años más tarde, el día del Albacete, festejando el título de liga, en el que creo que fué su último partido en el Calderón, todo había quedado atrás, el Calderón era también su estadio.
Espero, estoy convencido, que toda esa gente joven que hoy puebla las gradas de nuestro viejo Manzanares va a ser capaz de convertir el nuevo Metropolitano, en un corto plazo de tiempo, en nuestro estadio, en el estadio de sus nietos, en el estadio de todos los colchoneros.

Porque, con mejor o peor disposición hacia el nuevo coliseo,la vida sigue y el Atleti con élla.

 Aupa Atleti

 

cartel 1º calderón

Rearbitrar los partidos

La nueva forma de hacer periodismo que los actuales formatos televisivos han puesto de moda, han desembocado en una fábrica de monstruos arrogantes que se dedican a rearbitrar los partidos siempre en función de intereses espureos tratando de lavar, en caso de derrota,  la imagen de un determinado equipo, o de elevar hasta limites insospechados sus virtudes cuando les sonríe la victoria.

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Las tonterías, los inventos, las voces, los gritos, los insultos, los lamentos, las lágrimas,  y toda la parafernalia que son base de estos programas que de ningún modo puedo llamar deportivos, y mucho menos periodísticos, convierten a sus integrantes en monigotes del poder, y en las primeras víctimas del mismo, por más que ellos piensen que son los creadores de una opinión que posteriormente deviene en mayoritaria por fácilmente consumible.

Lo ocurrido el domingo pasado en el estadio Calderón, un gran partido de fútbol con todos los ingredientes que este magnífico deporte puede ofrecer, ha sido convertido en una mentira de cartón piedra por la mayoría de los espacios deportivos de casi todos los medios de comunicación, que han logrado reducir el bello espectáculo a una batalla por ver quién tiene razón sobre el número de penalties, faltas, agresiones, y demás aspectos colaterales,  arrimando siempre el ascua a la sardina del poderoso.

Mal camino lleva el fútbol en manos de dirigentes incapaces y corruptos, periodistas ineptos y vendidos, y deportistas cada vez más pagados de sí mismos, e incapaces de pensar que el triunfo es importante, pero más importante aún es la manera de conseguirlo.

Imagenes como esta del viejo Manzanares que nos llevan a aquellos año en que el fútbol era un deporte, y casi solo un deporte, me hacen recobrar la esperanza de que ellos no van a ganar esta batalla.

Qué bonito es el deporte, el fútbol en particular, y cuánta basura le rodea.